Atarraya | Muestra poética Poesida de Abigael Bohórquez

Atarraya | Muestra poética

Poesida de Abigael Bohórquez

 

 

“Vengo a estarme de luto porque puedo. / Porque si no lo digo / yo / poeta de mi hora y de mi tiempo, / se me vendría abajo el alma, de vergüenza, / por haberme callado” escribe Abigael Bohórquez, poeta, dramaturgo y promotor cultural, en su último trabajo lírico: Poesida, escrito en 1991, ganador del Premio Internacional de Poesía CONASIDA, convocado por la Organización Panamericana de la Salud y la UNAM en 1992 y publicado hasta 1996, a unos cuantos meses después de su muerte el 28 de noviembre de 1995 en Hermosillo, Sonora.

Abigael Bohórquez nació un 12 de marzo de 1936 en Caborca, Sonora. Estudió teatro y composición dramática en la Escuela de Arte Teatral del INBA y dirección escénica en el Instituto Cinematográfico de Radio y Televisión de la Asociación Nacional de Actores, ambos en la Ciudad de México. En su amplia obra, destacan los títulos de poesía: Fe de Bautismo (1960), Acta de Confirmación (1966), Canción de amor y muerte por Rubén Jaramillo y otro poemas civiles (1967) Las Amarras terrestres (1969), Memoria en alta milpa (1975) [finalista del Premio de Poesía Aguascalientes 1974], Digo lo que amo (1976) Desierto mayor (1980) y Navegación en Yoremito (1995) Premio de Poesía Clemencia Isaura, 1993.

En su obra, de una variedad de temas y registros, persiste una voz poderosísima que lo mismo canta desde lo más etéreo de su humanidad dejó sus cabras el zagal y vino. / qué resplandor de vástago sonoro, / qué sabia oscuridad sus ojos mansos  y por otro, resuelve en el mismo poema1 con un final roto que goza de mundano Dejó sus cabras el zagal y vino. / Qué blanco, qué copioso y dul / ce / vino.

Abigael Bohórquez
"Reincidencia" en voz de su autor
Digo lo que amo (1976)

Vista desde el conjunto, esto es desde luego una conjetura personal y sólo por lo que se lee en los títulos, la obra de A. B. dibuja una línea de vida en la mano, el camino está hecho de documentos: Fe de bautismo-Acta de confirmación-Poesida. Este último poemario, es presentado en palabras del propio autor como “poesía testimonial de quien pudo escribirla con todas las palabras de que es capaz un hombre, […] a los veinte días del mes de marzo de mil novecientos noventa y uno” una década antes, el Sida se presentó como hecatombe, la emergencia epidemiológica supuso un parteaguas histórico para la diversidad sexual, que había conquistado en los 60´s y 70´s su liberación pública y la remoción del título de ‘patología’. El sida, iniciada la década de los ochenta tal como dice Bohórquez en su poemario “desapareció a mucha gente pública y privada”. Obligó al activismo de aquellos años a exigir por su derecho a la salud, tratamientos y con ello, una mayor visibilidad y mejoras en los protocolos de atención y prevención; pero también trajo consigo el escarnio público, la intolerancia, el estigma, la segregación; como experiencia personal, quien escribe, recuerda a un poeta “mayor” que palabras más, palabras menos dijo: lo desafortunado del libro es el título, en sus palabras también se asomó el fantasma del escándalo familiar y social que se impuso en los primeros años de la enfermedad. "Quizá sólo un poeta con el temperamento de Bohórquez podía poetizar una enfermedad como el sida y todo lo que conllevaba en esos años (proscripción, sentencia de muerte, larga y lenta agonía…)" explica Sergio Téllez-Pon en su ensayo La síntesis rara de un siglo loco (2017), quien además señala al sonorense como un gran lector de los clásicos, poseedor de tono de poesía crudo, muchas veces acompañado con humor para hacer tropezar lo solemne, sin cortapisas al no travestir al objeto lírico de sus versos: el hombre, su belleza, contemplación; también un A. B. propositivo al alternar versos en español antiguo (como en Navegación en Yoremito), en náhuatl e inglés-espanglish así como el uso de neologismos: elementos potencialmente considerados como antipoéticos o de uso incorrecto, que refieren un A. B. siempre atrevido y amante de eso que mantiene viva a la lengua: su transformaciones, cruces, fisuras, en Poesida, como veremos en la presente muestra poética, se nutre del slogan mass media de aquellos años.

Poesida como un documento feroz de su tiempo, lo íntimo de su “vieja playa” personal, y también lo colectivo, los muchos rostros acaecidos en su sección “Retratos”, Poesida documento cruel y solidario, las palabras, los últimos años de una voz por siempre viva.

 

 

Muestra poética

**

 

 

DESAZÓN

 

Cuando ya hube roído pan familiar

untado de abstinencia,

y hube bebido agua de fosa séptica

donde orinan las bestias;

y robado a hurtadillas

tortilla y sal y huesos

de las cenadurías;

y caminado a pie calles y calles,

sin nómina,

levantando colillas de cigarros;

y hubime detenido en los destazaderos,

ladrando como perro sin dueño,

suelo al cielo, mirando a los abastecidos.

 

Cuando ya hube sentido

en pleno vientre el hueco

resquebrajado y yermo

del hontanar vacío,

y metido las manos a los bolsillos locos

y, aun así, levantando la frágil ayunanza

del alma en claro,

me conformo, me he dicho:

Dios asiste, y espero.

 

Cuando ya hube saboreado

sexo y carne y entraña,

y vendido mi cuerpo en los subastaderos,

cuando hube paladeado

boca, lengua y pistilo,

y comprado el amor entre vendimiadores,

cuando hube devorado

ave y pez y rizoma

y cuadrúpedo y hoja

y sentado a la mesa alba y sofisticada

y dormido en recámara amurallada de oro,

y gustado y tactado y haber visto y oído,

me conformo, me he dicho:

Dios asiste. Y camino.

 

Cuando ya hube salido

de cárceles, burdeles, montepíos, deliquios,

confesionarios, trueques, bonanzas, altibajos,

elíxires, destierros, desprestigios, miseria,

extorsiones, poesía, encumbramientos, gracia,

me conformo, me he dicho:

Dios asiste. Y acato.

 

Por eso, ahora lejos

de lo que fue mi casa,

mi solar por treinta años,

mi heredad amantísima,

mis palomas, mis libros,

mis árboles, mi niño,

mis perras, mis volcanes,

mis quehaceres, la chofi,

sólo escribo a pesares:

Dios me asiste.

Y confío.

 

Y de repente, el Sida

¿Por qué este mal de muerte en esta playa vieja

ya de sí moridero y desamores,

en esta costra antigua

a diario levantada y revivida,

en esta pobre hombruna

de suyo empobrecida y extenuada

por la raza baldía? Sida.

Qué palabra tan honda

que encoge el corazón

y nos lo aprieta.

 

Afuera, al sol,

juguetean los niños,

agrio viento,

con un barco menudo

en mar revuelto.

 

 

SLOGAN

 

Y, fue que, un día, el BUEN vecino

estrenó la película, como un trigal en llamas:

AIDS IS COMING/ AIDS IS HERE

y uno ya no volvió a poder ser

la familia de hierba de Walt Whitman:

-¿me celebro a mí mismo y me canto a

mí mismo?-

because to die for AIDS is different

from what any one supposed.

Sobrevino el terror,

the happy birthday of dear DEATH TRACY;

uno

entonces,

enamorado todavía de las cosas oscuras

tornó a mirar a su izquierda, a su derecha,

detrás, al frente,

queriendo ver espejos donde tocar un rostro fértil;

pero llegó algo que vino enemistando,

desapartando y no es igual la vida:

because to die for AIDS is different

from what any one supposed;

y devino el horror impenitente

de que éramos muriendo o vamos a morir

o estamos muertos

y obstinamos: dead-drunk

rock,

dead-end

rock,

deadfall

rock,

deadly gone world rock,

o yeah,

but to die for AIDS is different

y ai'nos vamos, carnal

haciéndonos poquitos,

esfúmate, pass bye

no chingues, puta muerte,

but to die for AIDS is different,

like to spit to olden olden God,

rock

rock

rock'n rolling,

a pesar de aquel día.

 

Porque hubo días hasta la desvergüenza,

donde fuimos tan lúbricos

                          tan móviles

                          tan fértiles

                          tan plácidos

                          tan sórdidos,

presuntos dueños del amor intemporal;

porque hubo días en los que fuimos

aquella mano que buscaba,

y aquella otra mano que daba sobresaltos,

y aquella breve mirada solándula y promiscua,

porque todo estaba tiempo de la pasión,

y convivimos la cintura del canto,

y no conocíamos piedras en el camino;

pero hubo días en los que fuimos

los únicos culpables

de esta vieja batalla

recientemente concluida,

en la que no diré que te he perdido

para siempre,

sino que yo te amaba

y he muerto.

 

 

MURAL

 

Siempre los vi morir de la otra muerte urbana.

Nunca de trance natural.

Tal vez se acaban de beso a beso

como en la vida, unos,

cavando largos túneles de recuerdos vacíos,

pensando sabe qué remordimientos

de haber amado así;

tal vez se mueren todos

desencantados de otros días también

con muchos

bajo las regaderas de los baños,

o el cachondor de los cines a tientas,

forniqueciendo

en las cuevas umbrías,

o en los bares hediondos

donde buscando encontrarían

al nuevo al mismo al del otro,

o aquellos otros más, los pobres,

sentenciados con su primer amor

que ha sido el último;

y se esfuman mordiendo la mañana

sin ya sin ellos la medianoche

donde pidieron paz,

o abrazados a un cristo

o al retrato de lo que más quisieron,

mirándose al espejo, viejísimos,

esqueletos de aquella primavera

que, de repente, se quedó sin hojas,

sin la delicta carnis hasta ayer verdeSIDA,

arrugaditos, desventurados,

mientras un loco aullido de terror,

¿por qué?

les sale finamente por la boca

extenuada.

Nunca he visto morir a uno, qué mejor,

pero siguen.

Así han llovido ausencia

doncellas abastecidas de ignorancia,

prostitutas míseras y febriles,

niñitos inculpables,

semidioses,

jóvenes reinas,

negros de la reventa,

poetas de la adicción,

como en la vieja peste feudal,

enracimados, amorecidos, amantísimos,

temerosos señoritos de capa caída,

inocentes palomitas que se dejaron engañar,

los picadores sin tardanza,

los cuánto, los por dónde,

los lánguidos capullos de la peluca, del spray.

Me lamento por todos

los que alzaron desesperadamente

una mirada, un ruego, un abrazo, un billete,

y a cambio les echaron al rostro un salivazo,

una sábana ilustre de hospital general,

una cifra,

mientras enmudecían los pífanos,

los crótalos, las flautas locas de caídas

del decaído y loco boulevard.

Unos van a sus guerras,

otros al corazón de los hoteles,

otros a las iglesias o los parques,

y dondequiera acecha

la guadaña fecunda que ha de segarse trigo;

y así sigue la vida, ni qué decir;

y otra vez el amor recomenzado

en el hedor profundo de la muerte.

Lo lamento deveras. Me la mento

por los viejos instantes de pureza

que vivimos a lomo de aventura

recolectando frutos de solaz,

bucólica andrajancia

de respirar a pleno mar un sexo

y poseerlo canallamente abril

sobre la playa,

y entrecruzar los cuerpos bajo la luna ebria

junto al silencio cómplice

de las guitarras,

por concertar sin miedo

los supremos poderes de

amarnos entre la hierba,

por tomarnos de la cintura

bajo el sol sin el lúgubre silbo

de la parca,

porque fuimos de libertad la flor y dábamos

de flor la fruta verde.

Ahora, casca vana la nuez,

y a la manzana

le ha nacido un gusano.

 

 

RETRATOS

 

Este era Lesbia Roberto.

Quería ser estrella como Lola Beltrán.

Era muy jovencito cuando le revelaron

que estaba muerto de

"qué vergüenza de la familia”;

fue cuando vivió para ya no contarlo

y se hizo rico sintiéndose Mae West

en su bar de Los Ángeles,

asediado de pochos, de negros,

de narcos salvadoreños,

de muerte.

Hasta que dio con Ella.

*

Este era Pájara Gustavo.

Fue profesor de educación primaria

y tuvo el alma de cristal (soplado),

por eso lo corrieron de trabajar;

hizo versitos, coronas para muertos,

valses para quinceaños;

rezaba novenarios,

hablaba solo con la Virgen María,

se le apareció El Diablo,

y una mañana

lo descubrieron tieso, con el alma trizada,

en libertad de alcohol y de tabaco,

amoratada pájara tucana,

alma de Dios,

salvada de sin amor,

de sin calor humano. Ni divino.

*

Estos eran Bartolito, don Chuy, Lolo,

Estrellita de Enero,

decadensos mariquitas de lonchería,

chapeteaditos de escarnio,

viejérrimos,

siseando placer

a los hombres que venían del mar

de las pizcas.

*

Este era Jesús, el revelado;

tuvo diez hijos a la luz pública

y era pastor de evangelizaciones,

pero de noche

era Herodías, Dalila, Semíramis, Astarté,

y danzaba entre velos y címbalos y coros de mancebos

que palmeaban mucha ropa pelos pelos

aleluya aleluya

en la iglesia sodómica.

*

Este era yo, perplejo:

zurcía, bordaba, jugaba con muñecas,

cantaba, amargo, descreído de Dios.

*

Cuando el alba aletee otra vez

y vuelva al mundo la claridad,

y quizá yo no exista,

y los jóvenes asuman nuevamente

la fuerza como sea del amor

en el sexo cualquiera,

y el AIDS sea un slogan de los ochentas,

habré de ver qué digo

de donde esté:

Lázaro resucita cada día

entre los minerales del estiércol,

y la paloma de la masacre

volverá a hacer pichones

bajo el cielo.

 

"."
Detalle de la tercera edición de 2009, acompañada con la obra plástica de Fernando Robles y Jorge Ochoa.

Notas

1 El poema al que se alude es “Reincidencia” incluido en el poemario Digo lo que amo (1976), mismos versos reaparecen escritos en español antiguo en Navegación en Yoremito (1995) con un título a la usanza del siglo de oro: “DE CÓMO LOS PASTORES SUELEN ABANDONAR SU HATO PARA APOSENTAR OTRAS OVEJAS DE MEJORES MAESTRÍAS EN USOS DEL OTRO AMOR”.

Bibliografía

Bohórquez, Abigael. Poesida (3ra ed.), Fondo regional para la Cultura y las Artes del Noreste, México, 2009

Téllez-Pon, Sergio. La síntesis rara de un siglo loco, FETA, México, 2017

 

 

 

giovanni@adncultura.org