De la secundaria a la sala de parto, cuento de Ángel Domínguez Espinoza

De la secundaria a la sala de parto

 

De tantas vueltas en la sala de espera, no me quedó de otra que sentarme unos minutos, para mi sorpresa ahí me di cuenta de que llevaba un tenis rojo y otro blanco, qué más da, si viene mi primer hijo, me dije riendo. Cuando alcé la vista, vi a la doctora con su bata blanca, me sacudió la emoción, era ella.

Por el momento ella no sabía quién era yo. La combinación de mi calzado le provocó una leve sonrisa. Nos miramos un par de segundos, fue entonces cuando me reconoció, dijo mi nombre, aquel descubrimiento me puso tan nervioso, como la espera de mi hijo. El pasado nunca se va de nuestras vidas, lo pensé, mientras contemplaba la belleza de sus ojos.

Me encantaba, pero nunca se lo dije, los barros de mi rostro me impidieron hacerlo, eran grandes y pequeños, algunos sangraban, era un lío verme al espejo, las pomadas y los remedios caseros que llegué a utilizar, sólo empeoraron el problema, me hizo falta poco para untarme mierda de perro. La adolescencia a unos los favorece, a otros nos pasa a joder, esos años me trataron mal, mi cabello bien erizo no ayudaba, usaba un chingo de gel para peinarlo, y para colmo de males, me veía tan desnutrido, que algunos compañeros me decían que era por visitar a Manuela, pero no era nada de eso, se me dificultaba la estudiada y tenía que desvelarme casi todas las noches, eso desgasta y pa colmo no salía de los 7.

En cambio, ella en la adolescencia lucía impecable, su andar altivo la distinguía de las otras chicas de la secundaria. Era la única del salón que usaba tenis Nike en la clase de deportes. Cada mañana que llegaba a la escuela la estela de su perfume invadía toda el aula, su sonrisa coqueta tenía enamorado a más de uno. Sus padres la consentían en todo, ellos nunca dejarían que un tipo como yo se acercara a su hija, yo era pobre y para acabarla de chingar, feo.

Pese a eso, un día tuve el valor, más bien un arrebato y le mandé un recado con mi puño y letra, "si nos veíamos atrás del taller de dibujo en el segundo receso", un intento de cita a una semana de terminar nuestra secundaria. De último momento me arrepentí y no fui.

Mientras cursé la preparatoria, por las tardes asistía como ayudante a un taller mecánico, del amigo de mi padre, a él, “el maistro”, todo el barrio lo conocía como El Tuercas. Mi padre sabía que yo no era tan bueno para la escuela y no quería verme por las calles convertido en un vago, anhelaba que me convirtiera en un buen mecánico. Sobre todo con la frase que le dijo su amigo: es mejor un oficio, que una carrera.

Ella llegó vestida como un cuento de hadas en el día de la clausura, su vestido la hizo ver tal mujer que era, ya que el uniforme le daba ese toque de inocencia. Cuando pronunciaron su nombre, para recoger su reconocimiento, ella me miró y marcó una leve sonrisa en sus labios, me sentí importante, será mi recuerdo para siempre de Coral, me dije.

Cuando terminó la ceremonia, me levanté junto con mi padre y mi madre para retirarnos, antes de cruzar la puerta de la escuela, ella nos alcanzó, sin pena y con voz suave, me pidió que si nos tomábamos una foto de recuerdo, solo dije sí, esta se dio a escondidas de sus padres. Me puse a su lado y ella le pidió al fotógrafo del evento que nos la tomará. No supe qué decir, me congelé, para mi gran asombro me besó en la mejilla, sin importar la barrera de mis barros. Con eso me petrifiqué más. Fue la última vez que la vi, ya que sus padres decidieron que hiciera la preparatoria en otro lugar, con lo cual se cambiaron de domicilio.

El tiempo pasó de volada en un abrir y cerrar de ojos, me convertí en todo un hombre, terminé la prepa por insistencia de mi madre, siempre me aconsejaba qué estudiara mucho, en contra de su voluntad decidí meterme de lleno a la mecánica. Obtenía buenas propinas, eso me motivó a seguir ahí.

Por el propósito de ser el mejor mecánico del barrio, aislaba a Coral de mi mente, pero nunca la olvidé. Entre grasa y esfuerzo, además de chelas y desmadre, superé a mi maestro, El Tuercas. Tal así que puse mi propio taller, con maestros a mi cargo, me fue tan bien que hasta tuve que contratar un contador, años después ya tenía una pequeña refaccionaria.

Dos años atrás, en una charla casual con una de mis clientas, quien fue su amiga, me dijo que Coral se casó con un sujeto bueno para nada, según ella, él solo trabajaba de marido. A la semana siguiente de saber la noticia, le propuse matrimonio a la sobrina del Tuercas, Miriam, chica afable, siempre con buen trato hacia mi, la vi como una buena esposa.

Nunca pensé en encontrarme con Coral, menos en estas circunstancias.

Antes de pasar a  ver a mi hijo recién nacido, fui a firmar unos papeles, ahí me di cuenta de que ella era la dueña de la clínica.

Te esperé todo el recreo atrás del taller de dibujo, este bebé pudo ser nuestro, aún tengo nuestra foto, me dijo mientras caminábamos por el pasillo para ver a mi hijo. Sin duda el destino es una carretera con muchas curvas, me dije el día que regresaba con mi familia a casa.