Gusanos de la Memoria | La comunidad del MAIZ

Avances y retrocesos en el proceso de habitar la ciudad: la comunidad del MAIZ

Por el Centro Educativo y Cultural Cama de Nubes

Comunidad del maíz
Comunidad del maíz.

La comunidad en marcha. Estas letras tratarán de reseñar el ir y venir de nuestro proceso de buscar y hacer un lugar en la ciudad como indígenas desplazados. No sabemos si hoy somos dignos como antes lo fuimos, no sabemos, porque las formas de hacer de la ciudad impregnan, penetran a nuestra comunidad en sentidos positivos y negativos, sin embargo, compartimos nuestra palabra para que pueda llegar a otros oídos.

El tiempo de nacer

Comunidad del maíz
Comunidad del maíz.

Al principio, la comunidad MAIZ (Movimiento de Artesanos Indígenas Zapatistas) toma corporeidad, como en todo ser vivo, a partir de una serie de pequeños tiempos que van dando materia, aliento y camino a un cuerpo originario; todo cuerpo tiene una memoria desde su carne y sus huesos, por ello, es necesario tocar someramente los antecedentes de la forma en que surge la comunidad, de otros cuerpos que si no se recuerdan se pierden en el olvido.

En nuestra memoria, los orígenes de nuestra comunidad se asientan en el pueblo Triqui de San Juan Copala, Oaxaca. A raíz de múltiples y continuados procesos de despojo por parte de grupos de poder político ligados a caciques, que violentaban nuestras formas tradicionales de elegir autoridades por usos y costumbres. Tras colocar en puestos de decisión del pueblo a personas afines a los intereses de empresas madereras interesadas en apoderarse del bosque, surge un proceso de resistencia articulado por los jóvenes que se organizan en un club1 para defender los intereses del pueblo. Ese movimiento fue brutalmente reprimido y se pagó con muertes en la región, junto con la expulsión de los participantes que sobrevivieron a la represión. Estas personas se vieron obligadas a realizar el éxodo a la Ciudad de México, encontrando en ésta un espacio hostil y árido para el indígena migrante. Esta memoria es el primer aliento para dar ánimo a la necesidad de juntarse y construir la vida propia.

La necesidad de estar juntos y retomar la identidad llevó a los compañeros en la ciudad a retomar el espíritu comunitario, esto se armonizó con el rol tradicional, ya que uno de los integrantes que sobrevivieron al proceso represivo representaba una autoridad moral como líder de comunidad, en la tradición triqui era conocido como Tío o el principal2, a quien se acudía para resolver problemas de la vida cotidiana en el pueblo.

Este liderazgo retomó el impulso y decisión para juntar a sus hermanos y resolver el problema de tener un lugar para vivir. Los compañeros de la primera generación legaron el trazo de una ruta de resistencia por el territorio en la Ciudad de México. Eran nómadas en la urbe, sin techo, pasaban a vivir en las calles de alcaldía en alcaldía dónde les dieran lugar para vender sus artesanías. Al juntarse y empezar la lucha por un predio surgió la comunidad del Movimiento de Artesanos Indígenas Zapatistas (MAIZ), ubicada en el oriente de la Ciudad de México, en la Alcaldía de Iztapalapa. Está integrada en su mayoría por triquis, otomíes, mixtecos y algunos denominados urbanos.

Los inicios

Comunidad Maíz
Comunidad Maíz.

La primera generación de los integrantes de MAIZ, se caracterizó porque todos y todas éramos migrantes, ello trajo a lo largo del tiempo problemas para justificar la presencia en la ciudad ante funcionarios públicos durante el proceso de gestión del predio y la posterior construcción de las viviendas ya que el Estado no reconocía la presencia indígena, aunque en ella habitamos más de 446 mil hablantes de lengua indígena y más de un millón que se autoadscriben como tal. Tuvimos que enfrentar esta cara racista de la ciudad y el Estado para lograr el proyecto de vivienda digna al cual nos lanzábamos.

A pesar de las dificultades, el primero de noviembre de 1995, las primeras familias de MAIZ, fueron ubicadas en un predio de la alcaldía de Iztapalapa, la mayoría eran jóvenes con niñas y niños pequeños. Era nuestro primer triunfo, no importaba vivir en casas de cartón, había un pedazo de territorio, un lugar para bañarse, para comer y convivir. Fue un nuevo comienzo para construir la vida personal y colectiva, un tiempo para evocar tradiciones y prácticas anteriores que sirvieron de estrategia para sobrevivir. Lo que en esos años caracterizó a la comunidad fue la alegría de compartir juntos la lucha en la vida cotidiana. Para afrontar el hambre comprábamos la comida juntos para que nadie se quedará sin comer, tortillas, frijoles, pollo; lo que fuera era compartido. También enfrentábamos los ritmos violentos de la ciudad, sus distancias de largos tiempos entre el trabajo y la casa, que dejaba solos a los niños, pero que se resolvía entre todas ya que los hijos e hijas se cuidaban en comunidad. Eso hacia la diferencia, las practicas solidarias para convivir, la atención al anciano, al huérfano3 y en particular a la mujer; ya que en este tiempo se avanzó en revertir problemas de machismo y violencia, así como incrementar la participación de la mujer en las decisiones colectivas4 ante otras comunidades triquis en las que no figuraba la mujer en estos cargos. Esa perspectiva de vida fortalecía el proceso organizativo y garantizaba el cuidado de unos con otros, de los espacios comunitarios como el jardín o el salón 25 en que los niños tenían apoyo para estudiar.

La solidaridad se trabajaba también hacia afuera, porque entendíamos las luchas de otros y otras y era muy habitual solidarizarse, juntar la colecta, la ropa o acompañar, sin mediar negociaciones de cuotas de poder o materiales, se entendía un horizonte político más amplio al apoyar el avance de otros grupos en la resolución de sus problemas; fue así que a finales de los noventas se participó en el llamado del EZLN para articularse y construir coordinadoras delegacionales5 en la Ciudad de México para la consulta sobre derechos y cultura indígena. En ese proceso se conocieron otras organizaciones, colectivos y compañeros que luchan por lo mismo, durante este proceso conocimos a la compañera Carmelita y al colectivo de arquitectos solidarios que después apoyaron en las cuestiones legales del proceso, en la parte técnica, pero también en los conflictos internos que se suscitaron posteriormente. Íbamos tejiendo redes, amistades, colectividades.

Las tensiones al interior

Comunidad del maíz

Quienes vivimos en comunidades sabemos que las tensiones y diferencias están presentes a cada momento, algunas veces se resuelven, otras nos separan. En el 2000, la comunidad de MAIZ, vivió al interior una fuerte tensión entre dos proyectos de comunidad diferentes. Empezó así una lucha de poder por el control político, el sentido de comunidad fue debilitado y se puso en duda quiénes realmente tenían derechos. Se cuestionaron las prácticas comunitarias de mando y de acompañamiento, enfrentamos la crisis.

Las estructuras urbanas nos habían orillado a adquirir sus formas, para avanzar en el proyecto de vivienda tuvimos que crear una asociación civil para hacernos escuchar por el gobierno, pero en el proceso de gestión que fungió en un primer momento como la llave para avanzar, se convirtió en un obstáculo ya que dejó de lado la forma tradicional de construir la comunidad, lo que abrió la disputa por controlar la mesa directiva de la asociación civil. El saldo de este choque terminó con la división de la comunidad en 2005, cuando al no encontrar otra opción, al ser proyectos irreconciliables, el INVI (Instituto de Vivienda de la Ciudad de México) reubicó en otros predios a la población inconforme. En términos cuantitativos esta división costó más de la mitad de las familias que constituían la comunidad. Los dos proyectos habían quedado en evidencia: por un lado, estábamos aquellos que, influenciados por el zapatismo, buscábamos cambios en la comunidad en cuestiones de organización, el papel de la mujer y el abandono del alcohol (que detonaba violencias contenidas), el rendir cuentas con transparencia, así como en hacer política sin partidos con registro electoral (en esto destaca por ejemplo que toda la gestión o apoyos a otras organizaciones o comunidades, no se cobraba). Por el otro, estaban las familias que buscaban repetir la costumbre del pueblo sin reparar en cuestionar los vicios que se llevaban a rastras.

El tiempo de soñar y caminar

Comunidad del maíz
Comunidad del maíz.

En el año 2003 empiezan a conversar dos sueños que se fueron construyendo; el primero asegurar la propiedad del suelo y segundo, hacer las viviendas de la comunidad. Fue todo un reto de diálogo con el equipo técnico, negociar con las instituciones estatales y dos años de trabajo en asambleas para acordar las propuestas de los arquitectos con la comunidad, en este periodo se asignó el lugar para las casas y las áreas comunitarias.

No fue terso el proceso del proyecto ya que en lo interno cada momento de la propuesta era cuestionado ¿desde qué espacio nos reflejábamos como comunidad? ¿la casa particular o el departamento? ¿cuántas casas y de qué dimensiones? ¿espacios privados de lavado o patios comunes? Estos últimos fueron repudiados casi con mentadas de madre al equipo técnico porque que en la comunidad se aspiraba a tener ese espacio privado ya que había hartazgo del hacinamiento y precariedad de vivir en una casa de cartón en la vía pública, en espacios pequeños de dos metros de frente por tres de fondo, con una sola toma de agua, tres baños para todos, soportando intensas lluvias, algunas veces los fuertes vientos que se llevaban las láminas. Por eso era cercano y sentido en las noches cuando cantábamos la canción de las casas de cartón.

Todo el proceso interno de diálogo y la lucha hacia el exterior con las instituciones gubernamentales para rehacer la propuesta de vivienda fue un camino invaluable de formación. Tras largas reflexiones, se tomó la decisión de crear una comisión de vivienda6 que asumiera el proceso de la obra, que las viviendas se construyeran colectivamente y pensar el proyecto como una escuela de oficios, ya que se planteaba la alternativa de adquirir destrezas para tener otras opciones de ocupación para ganar el sustento de los compañeros. De esta forma, la obra no la realizaría una constructora del gobierno, sino la comunidad, lo que representó un gran logro. No obstante, el gobierno delegacional no permitió el inicio de la obra, ni el establecimiento de un campamento en la banqueta del frente de la comunidad durante el proceso de construcción. Esta negativa llevó a romper la mesa de trabajo e impulsar una movilización en el zócalo de la ciudad (calle 20 de noviembre), misma que fue reprimida por el cuerpo de granaderos con saldo de 17 compañeros detenidos, varios compañeros lesionados, destacando de ellos una compañera embarazada que se vio en riesgo de aborto. Para salir adelante, se apeló a la solidaridad nacional e internacional de los compañeros de otras organizaciones hermanas dentro de la lucha, hasta que pudimos continuar con el proceso.

Tres años duró la construcción de las viviendas bajo la organización de la comisión de vivienda. Esta comisión estaba organizada en cuatro subcomisiones; pagos, bodega, administración y trabajo comunitario. Fue muy importante esta forma de organizarse ya que descentralizaba el poder, delegaba responsabilidades y evitaba posibles corruptelas en el manejo de los recursos.

La experiencia de aprendizaje fue grata, motivado por el objetivo común de construir nuestras viviendas, con el bajo presupuesto7 nos ideamos una estrategia para que rindiera junto con el equipo técnico solidario. El trabajo comunitario, una administración honesta y la buena disposición generaron una estructura de participación, y se hizo una escuela de oficios con los maestros albañiles, el electricista y el plomero. De ahí se diversificaron las actividades económicas de la población, logrando el sueño de construir más herramientas para ganarse la vida. Un reto humano fue cuando empezamos a trabajar el atender la desnutrición de los compañeros ya que con el nivel de exigencia física de la obra los hacía enfermar, de ello se decidió instalar un comedor para mejorar la alimentación de los compañeros8.

Hasta el momento la perspectiva del enfoque comunitario era realmente fuerte en el pensamiento de todos, así nos llegó un regalo inesperado. En el primer año de la obra recibimos la visita sorpresiva de una parte de la comisión del EZLN que estaba recorriendo la ciudad en la iniciativa de la otra campaña, ahí fueron muy emotivas las palabras del Comandante Zebedeo quien nos compartió una hermosa reflexión sobre la dignidad que engendra la mesa y la casa de los pobres. Era hermoso y aleccionador que fuéramos visitados por esos personajes de la lucha, la lucha por la vivienda en comunidad se entendía por una parte de los compañeros en el sentido político como la forma de ejemplificar lo aplicable de los acuerdos de San Andrés que lucharon los zapatistas desde años atrás.

Todos los integrantes de la comunidad participaban para llevar a cabo la obra. Los niños recolectaban clavos y restos de acero con imanes de bocina, apoyaban para mover materiales y hacer mandados; las señoras colaboraban cargando, subiendo y bajando materiales. Para colar las losas se recurrió al tequio los días sábados (se preparaban de dos a tres casas para la faena), donde todos participaban con su cubeta, se hacían cadenas, se empleaba un trompo para hacer la mezcla, no importaba si fuera la cubeta para ir por la leche o un tupper, lo principal era participar y más significativo comer juntos luego de colar con la comida que preparaba la comisión asignada para ello.

Después de tres años de trabajo de obra, por fin nuestro sueño se hizo realidad. El 4 de enero del 2008, se inauguraron las 40 viviendas, varias de ellas con 3 familias por casa, pues la comunidad había recibido a otros familiares. Durante varios años, el tequio y la organización por comisiones había sido la vida cotidiana.

A más de dos décadas de iniciado este proyecto, seguimos el camino de cuidarnos unos a otros a pesar de las diferencias, de cuidar nuestro espacio, de limpiarlo, de conservarlo en medio de la ciudad. La experiencia de la construcción de nuestras viviendas fue ejemplar, tuvo dos reconocimientos en el Premio Nacional de Vivienda del 2009, lamentablemente debemos reconocer que este tipo de plataformas también embriaga y nos vuelve soberbios, nos hace destacar al individuo y no a la comunidad, nos hace olvidar que lo que logramos es porque somos pueblo y comunidad, que el logro es colectivo asumiendo nuestro proceso de vida.

Este es el momento actual en el que se seca el llanto y se duerme el niño con suspiros al entresoñar un futuro que oferta la domesticación acelerada por la pérdida de nuestra vitalidad colectiva. Enfrentamos el riesgo de caer en el barrullo de la política pública que despersonaliza a nuestra comunidad y seduce a nuestros dirigentes con poder efímero. Por otra parte, una lagrima ausente palpita en nuestro espíritu de autonomía que no logra romper el aletargamiento de nuestro cuerpo colectivo que hizo posible un territorio indígena en la ciudad.

 


1 Este espacio organizativo será el antecedente del Movimiento de Unificación y Lucha Triqui (MULT), del cual en algún tiempo formaron parte los dos dirigentes de nuestra comunidad, rompiendo posteriormente por diferencias en las formas de hacer los procesos de gestión y trabajo político. En el presente texto no se abordará esto ya que lo que interesa compartir son las experiencias de la comunidad MAIZ. Solo poner el dato que en el año 1995 hubo conflicto con esta organización por no aceptar su dominio y decidir llamarse MAIZ en tiempos políticamente incorrectos para reivindicar el zapatismo.

2 Este cargo o figura de autoridad viene de tiempos anteriores a la conquista cuando el pueblo tenía un jefe guerrero, en la actualidad este cargo atiende la relación de los integrantes de su pueblo para resolver problemas de parejas, hijos, mediar conflictos y tener relaciones con otros principales de otras comunidades. El cargo es vitalicio y construye linaje de sucesión.

3 Durante el proceso de lucha por la comunidad, muere una de las mujeres cabeza de familia en la comunidad, la asamblea y líderes de la comunidad coinciden en respetar el espacio de vivienda de esta familia para amparar a los hijos en orfandad.

4 En estas experiencias el Tío acompañaba a la comisión como apoyo moral y símbolo de aval, para presionar que las autoridades de otras comunidades escucharan a las compañeras responsables.

5 Las hoy alcaldías en Ciudad de México, antes Distrito Federal.

6 Se hicieron talleres de capacitación de los compañeros; el punto fundamental de partida, fue la tradición de trabajo comunitario que se tenía del pueblo y del proceso de la comunidad. Teniendo ese principio, se pudo realizar la escuelita en el lugar que prestaban los técnicos.

7 Por el grado de pobreza y trabajar en comercio informal de la mayoría de los compañeros, se otorgó una cantidad muy baja para el crédito, si no hubiera sido por el proceso de movilizaciones de años anteriores, se logró un subsidio por la entonces Comisión Nacional para el Desarrollo de Pueblos Indígenas (CDI); para el caso de las 33 familias indígenas, las familias urbanas no tuvieron este beneficio, sin embargo, les correspondió una cantidad mayor de crédito. Con los recursos obtenidos solo alcanzaba para construir la planta baja y una habitación en planta alta, 45 m2 aproximadamente. Una de las limitaciones adicionales era no poder usar el recurso para comprar herramientas y no poder gastar en obra exterior.

8 Para el funcionamiento del comedor se hacía una colecta semanal de los salarios de los compañeros y se rotaba a todos los que se alimentaban ahí (ya que había quienes preferían comer con su familia), de ahí se atendía sin costo la alimentación de los huérfanos, todos cocinaban, desde los niños que eran beneficiados hasta los arquitectos de la obra. Esto reforzó mucho los lazos de compañerismo.