La música de Mozart, el mejor antídoto contra la epilepsia

Efecto Mozart
El llamado 'Efecto Mozart K448' podría ayudar a los enfermos de epilepsia.

La Sonata para dos pianos en Re Mayor, K448 de Wolfgang Amadeus Mozart sigue siendo objeto de estudio por parte de científicos e investigadores, quienes últimamente han asegurado que esta pieza cuenta con una gran relación en los efectos del cerebro.

Esta composición es una obra de piano compuesta en 1781 por Mozart a los 25 años, cuya obra está escrita en estricta forma sonata-allegro, con tres movimientos: Allegro con spirito, Andante y Molto allegro.

Recientemente se volvió a estudiar esta pieza, cuyo resultado se publicó en la revista Scientific Reports, que avala la correlación entre la mejora de pacientes epilépticos, resistentes a la medicación, a través de la escucha de la composición de la música de Mozart.

El equipo de investigadores, liderado por el neurólogo Robert Quon, reunió para este experimento a dieciséis enfermos de epilepsia a los que se les expuso a la escucha de varias piezas clásicas, atendiendo tanto a la duración de la exposición como su impacto en función de género y edad. A pesar de que dicha teoría ya se había estudiado en otras áreas -generando una gran cantidad de literatura sobre el Efecto Mozart K448-, este es el primer estudio que demuestra una correlación entre los efectos que la música de la sonata tiene en la actividad intracraneal y la duración a la que deben ser expuestos.

Para demostrar sus efectos los investigadores han utilizado los últimos avances en Estéreo-electroencefalografía (SEEG). Electrodos profundos capaces de planificar su trayectoria para la identificación de las zonas del cerebro relacionadas con la enfermedad. Para este propósito se centraron en las descargas interictales epileptiformes (IED).

Las IED no están vinculadas solo con las respuestas más exógeneas de la enfermedad -convulsiones, calambres y espasmos-, sino que permiten a los investigadores conocer mejor lo que ocurre en el cerebro durante las crisis epilépticas. Los investigadores descubrieron que la escucha de entre 30 y 90 segundos de dicha sonata provocaba una reducción del 66.5% de la actividad cerebral relacionada con los episodios epilépticos, especialmente en los hemisferios izquierdo y derecho del lóbulo frontal.

Una región de la geografía cerebral que varios estudios previos vincularon precisamente a las respuestas emocionales. El final de las secciones más largas de la sonata provocaban un aumento de las ondas cerebrales theta, asociadas a las emociones positivas por su relación con el sistema límbico. Esta investigación, por tanto, muestra una mejora considerable de la actividad cerebral de los pacientes, teniendo en cuenta que se trataba de un estudio dirigido a un grupo poblacional resistente a los fármacos, una condición que afecta a un tercio de los enfermos de epilepsia.

Música curativa

A partir de la década de los años 90 surgieron diferentes estudios que empezaron a relacionar la presencia de distintas frecuencias en piezas concretas de música con la alteración o mejora de ciertas regiones del cerebro. Por ejemplo, a exposición a sonidos con “frecuencias curativas” -en torno a los 40hz- en pacientes de alzhéimer demostró una mejoría en la actividad cerebral que, sin embargo, no se correspondía con u bienestar del paciente en la exposición prolongada a estos sonidos.

Lo que pretende también este nuevo estudio es tener en cuenta la estructura melódica en su impacto sobre la actividad cerebral, particularmente en el lóbulo central. Una región que estudios previos ya han demostrado que reacciona de distinta forma en función de la música a la que es expuesto el individuo. Para este propósito se utilizaron distintas obras además de la K448, con especial atención a los “elementos de control negativo”, aquellos que permiten darle una mayor veracidad a los datos de una investigación.

En este caso el elemento de control fue una obra de Wagner considerada como “la primera obra musical de hipnosis de la historia”. El preludio al primer acto de Lohegrin se basa en acordes sostenidos que huyen de melodías discernibles, relegando todo el peso de la composición en los cambios de tonales.