Maíz Nativo, Milpa y Agroecología

Maíz Nativo, Milpa y Agroecología

"Por un sistema agroalimentario alternativo"

 

                                                        29 de septiembre: Día Nacional e Internacional del Maíz

“Sin Maíz no hay país y sin Milpa tampoco”

En memoria de Antonio Ignacio Herrera

 

Maíz, domesticación y agrobiodiversidad

Según el libro sagrado Popol Vuh, la creación definitiva de los seres humanos surge de un elemento fundamental en la cultura maya: el maíz (Zea Mays). Este cereal es un cultivo ligado a la historia de México y es la planta de mayor importancia para el país, desde etapas previas a la conquista. Los nahuas de Mesoamérica lo llamaban Centli y durante su propagación por el continente americano adquirió nombres como choclo, jojoto, corn, milho o elote. Asimismo, lo utilizaban no sólo para la alimentación, sino también como parte importante de sus rituales, ceremonias religiosas y elemento esencial en el calendario agrofestivo de las comunidades rurales, donde aún persiste la estrecha conexión entre el origen y la supervivencia de la especie humana.

México, en virtud de su biodiversidad sociocultural y socioambiental, es considerado el principal centro de origen del maíz. Aquí se concentra, muy probablemente, la mayor diversidad de maíz del mundo, y aquí han evolucionado y viven sus parientes silvestres, los teocintles, y otro conjunto de gramíneas relacionadas, especies del género Tripsacum (maicillos).[1]  Existen dos subespecies de teocintle: aquella que crece en las partes altas del Centro de México, como Xochimilco o Chalco, y la otra que se da en lugares tropicales, como en la zona de la cuenca del Río Balsas y las tierras bajas de la costa del Pacífico en el centro de México. La historia nos cuenta que el maíz fue domesticado por la humanidad hace aproximadamente cinco mil años en la zona de las Balsas en Guerrero. No obstante, una nueva investigación revela que fue un largo proceso que comenzó hace 10 mil años en la zona de Jalisco.[2]  

1.	Los maicillos brotan al lado del maíz, en algunas regiones de Guerrero. Foto de Marcos Cortez
Los maicillos brotan al lado del maíz en algunas regiones de Guerrero. Foto de Marcos Cortez

De las razas que se reportan para México, 59 se pueden considerar nativas y 5 fueron descritas inicialmente en otras regiones (Cubano Amarillo, del Caribe y cuatro razas de Guatemala -Nal Tel de Altura, Serrano, Negro de Chimaltenango y Quicheño), pero que también se han colectado o reportado en el país. De un total de 64 identificadas y más de 300 variedades nativas en territorio nacional, que también representa 29 por ciento de las 220 razas que existente en América Latina (Cortez, 2020a).

Sistemas tradicionales[3] como la milpa, el huerto, las chinampas, el acahual entre muchos otros, han jugado un papel importante como hábitat de diversas especies. Con distintas características que se entrelazan simbióticamente: con especies de frijoles, calabazas, chiles silvestres y domesticados con distintas formas, sabores y pungencia, variantes de jitomates y tomates de cáscara, algunos quelites aprovechados temporalmente (romerito) y otros que están presentes todo el año por su importancia comercial (verdolaga y quintoniles), al igual como ocurre con el “huitlacoche”[4] cuya producción se hace de manera controlada. Los sistemas tradicionales concentran un gran número del patrimonio de semillas nativas, y estas representan parte importante en la cocina mexicana -con sus más de 700 recetas culinarias-, y sigue siendo la base de la seguridad y soberanía alimentaria en muchas regiones de México.

2.	Huitlacoche, alimento sagrado.  Costa Grande de Guerrero. Foto de Marcos Cortez
El Huitlacoche es considerado un alimento sagrado. Costa Grande de Guerrero. Foto de Marcos Cortez

Varios aspectos resaltan la importancia de procesos como la domesticación del maíz y la alimentación humana; hay que considerar los valores nutricionales y la relevancia que el grano tuvo en la conformación de la vida sedentaria y la evolución de las sociedades agrícolas. Cabe mencionar que el maíz no fue la primera planta que las bandas de cazadores-recolectores domesticaron, pero sí la más importante, porque inicio procesos sociales y poblacionales que desembocaron en el incremento de la población absoluta y su densidad, la sedentarización y la obtención de una fuente de alimentos más segura que la caza, pesca y la recolección. Las bandas iniciaron los cambios genéticos en el maíz (manejos), y éstos modificaron el lumen externo, reduciéndolo y suavizándolo para hacer posible el consumo humano. Estas modificaciones genéticas aumentaron el tamaño del olote, la mazorca y el grano, lo que ocurrió a lo largo de varios cientos o miles de años (Doebley, 2004, citado por Gonzáles, 2016).

Actualmente las razas se nombran a partir de distintas características fenotípicas (Cónico, por la forma de la mazorca), tipo de grano (Reventador, por la capacidad del grano para explotar y producir palomitas), por el lugar o región donde inicialmente fueron colectadas o son relevantes (Tuxpeño, de Tuxpam, Veracruz; Chalqueño, típico del Valle de Chalco) o por el nombre con que son conocidas por los grupos indígenas o mestizos que las cultivan (Zapalote Chico en el Istmo de Oaxaca o Apachito en la Sierra Tarahumara).[5]

Resultados de la cruza de maíces nativos azul, rojo y cacahuazintle en la zona metropolitana de la Ciudad de México. Foto de Arnulfo Maldonado
Resultados de la cruza de maíces nativos azul, rojo y cacahuazintle en la zona metropolitana de la Ciudad de México. Foto de Arnulfo Maldonado

A nivel comunitario, la importancia de la conservación y preservación de maíces nativos está intrínsecamente relacionada con la disposición de su riqueza genética para generar mejores semillas. Son las mujeres y los hombres que hacen la milpa, quienes cultivan agrobiodiversidad o diversidad biológica de especies nativas o endémicas; además hacen posible la existencia, conservación y evolución de la diversidad de maíces nativos que tiene nuestro territorio. Año con año al mantener, intercambiar y experimentar, practican la circulación de semillas con otros vecinos de la misma comunidad u otras regiones mediante tianguis, foros, ferias y trueques. Asimismo, en varias regiones de Puebla, Tlaxcala, Guadalajara, Colima, Veracruz, Guerrero, Chiapas, Oaxaca y Ciudad de México, promueven fondos de semillas a nivel familiar y comunitario, con el objetivo de una circulación de semillas de una unidad de producción a la otra. Quienes posteriormente continúan el proceso de domesticación y diversificación al mantener una selección de tipos de maíces específicos de su interés, por su adaptabilidad y usos distintos en la alimentación, como bien destaca la jerga popular campesina: “El intercambio y la circulación de semillas nativas es fundamental para su adaptabilidad. Ya que, en manos campesinas, una buena semilla se garantiza”.

Circulación de semillas nativas en San Lorenzo Papantla, Veracruz. Foto del Colectivo de las Tórtolas Cocotitlán
Circulación de semillas nativas en San Lorenzo Papantla, Veracruz. Foto del Colectivo de las Tórtolas Cocotitlán del Estado de México

Los sistemas tradicionales con semillas nativas, es sinónimo de agrobiodiversidad. En este sentido, la milpa mesoamericana y los maíces son patrimonio biocultural de enorme valor, dado que al resguardar las semillas se conserva la agrobiodiversidad (especies silvestres de plantas, animales y hongos recolectados, cultivados y domesticados para la alimentación, además de microorganismos del suelo, depredadores, polinizadores, etc.) y al mismo tiempo se trasmite el conocimiento perdurable a otras generaciones, a través saberes, diálogos y tradiciones. Por ello en 2009 surgió como iniciativa ciudadana la celebración del Día Nacional del Maíz, inspirada en los festejos que los pueblos hacen en sus milpas para agradecer por la cosecha lograda. El 29 de septiembre es una de las fiestas tradicionales en todo el territorio mexicano: la fiesta de San Miguel Arcángel, quien simbólicamente lucha contra el mal y protege la milpa (Cortez,2020b).

No obstante, nuestro país se convirtió en el principal importador de maíz, en el periodo 2020-2021,[6] pese a las decenas de razas y ciento de variedades de maíz nativo que tienen su origen aquí. Y se ha quedado rezagado frente a otros países, lo cual pone en juego la seguridad y soberanía alimentaria de todos los mexicanos. El país, está a merced del chantaje agroalimentario, principalmente del gobierno de Estados Unidos, alcanzando importaciones exageradas. Hoy los maíces nativos en México han sufrido un importante proceso de erosión genética relacionada con la introducción de maíces híbridos como parte del paquete de la revolución verde,[7] y además de las amenazas de contaminación con el maíz genéticamente modificado o maíz transgénico, situación que pone entre la encrucijada al maíz nativo.

 La diversidad de la Milpa

Cada cultura, de acuerdo con sus saberes y tradiciones, ha seleccionado sus plantas y las ha combinado de forma particular, imprimiéndole a la milpa su propio sello en la selección y manejo de razas, y en el diseño de herramientas para su cultivo y para el procesamiento de sus productos. En las diferentes comunidades de México, la milpa mesoamericana se manipula de acuerdo al entorno agroecológico de cada región. Su diversidad poliforme es un agroecosistema polifuncional en donde el maíz es el cultivo principal y cohabita simbióticamente con una diversidad de cultivos como el frijol, calabaza, chile, jitomate, quelites, entre otros cultivos locales (Cortez, 2021a). Por tanto, no hay una sola forma de hacer milpa, ya que esta diversidad se muestra también en las tradiciones, costumbres y saberes locales, así como en los gustos y necesidades tanto culinarias como alimenticias. Es decir, la composición y estructura de la milpa maya en la península de Yucatán, es diferente a la milpa de la región nahua de Guerrero, y viceversa. Por esta razón, se puede decir que en México no existe una sola milpa, sino diversas milpas. El nombre milpa deriva del náhuatl milli, parcela sembrada, y pan, encima o en, por lo que literalmente significa “lo que se siembra encima de la parcela”. Este sistema de cultivo característico de Mesoamérica ha persistido probablemente por más de nueve mil años. 

Mujeres de maíz, haciendo milpa en Lomas del Dorado, Veracruz. Foto de Laura Cantera
Mujeres de maíz, haciendo milpa en Lomas del Dorado, Veracruz. Foto de Laura Cantera

Metafóricamente, Bartra (2014) concibe que los mesoamericanos no sembramos maíz, los mesoamericanos hacemos milpa, ya que el maíz se siembra; la milpa se hace. Y el maíz es un cultivo; la milpa somos todos.  Entonces, en la milpa encontramos también una variedad de insectos,  y una plétora de microrganismos que generan un equilibro adecuado en la microflora y microfauna, que propician microclimas favorables. Dichas interacciones ecológicas brindan diferentes beneficios no solo a las especies que en ella conviven sino a la población de comunidades campesinas e indígenas que aún hacen posible el sistema tradicional milenario, mismas que destinan el 80 por ciento de gramíneas -cultivadas en la milpa- para autoconsumo.

Hay mucha coincidencia entre milperos, al manifestar que “la milpa es un modo de vida”, como elemento básico de su cotidianidad, percibido no sólo como un sistema de producción agrícola milenario, sino garante de su nutrición, identidad, cultura y organización social. Por eso, hacer milpa en México constituye hasta nuestros días un elemento primordial para garantizar la alimentación de todos los mexicanos, con sus usos y aplicaciones no sólo caseras. La triada mesoamericana (maíz-frijol-calabaza) permite la producción de variados alimentos, además proporciona otras acciones conjuntas que requieren organización de la familia y de grupos comunitarios para lograr la fabricación de sus propios instrumentos, materiales e insumos locales que se usarán en la parcela durante la preparación del terrero (en el temporal de lluvias), hasta lograr la cosecha. La milpa es el modo de cultivar en concordancia con el modo de vivir, hacer milpa es hacer familia, comunidad, organización, fiestas patronales, asambleas y una lista innumerable de etcéteras, que está presente tanto en las tareas agrícolas como en las no agrícolas. 

Milpa tradicional con prácticas agroecológicas en Coyuca de Benítez, Guerrero. Foto de Marcos Cortez
Milpa tradicional con la incorporación de prácticas agroecológicas en Coyuca de Benítez, Guerrero. Foto de Marcos Cortez

Sin embargo, hoy el policultivo ha decrecido en relación con el número de especies (hoy la milpa puede ser sólo maíz, como sucede en muchas regiones del país) que se siembran o que se dejan crecer en el terreno por múltiples factores globales que causan estragos locales. La milpa pasó al cultivo exclusivo de maíz (híbrido) con una lógica productivista en las últimas cinco décadas. De igual manera, se habla de una misma especie cultivada de una forma intensiva que normalmente requiere de una gran cantidad de agrotóxicos que dañan al medio ambiente y la salud humana.

La agroecología y los desafíos agroalimentarios

Hoy la agroecología como: “la ciencia, el movimiento y la práctica”[8] tiene la posibilidad de reivindicar los sistemas milenarios como la milpa y la conservación de maíces nativos, bajo principios y no recetas. Es decir, una agricultura que tiene que ser biodiversa, que sea amigable con el medio ambiente y que no genere un impacto ambiental. El desafío es ir más allá de simplemente sustituir a un grupo de productos químicos. No se trata nada más de sustituir insumos químicos por orgánicos (Cortez,2021b). Se trata de replantear estrategias agroecológicas con agriculturas de vida familiar y comunitarias.

Para una trasformación del sistema agroalimentario en México, la agroecología debe desempeñar un papel peculiar. La agroecología no es un invento nuevo, desde de 1920 hay trabajos científicos que lo comprueban. Pero es a partir de 1970 que toma mayor relevancia en nuestro país, en respuesta de la aplicación de la llamada agricultura industrial o intensiva promovida por la Fundación Rockefeller desde 1945. En la actualidad en diferentes regiones del país, la agroecología ha fortalecido las prácticas (cotidianas-discursivas) de la agricultura familiar campesina e indígena, bandera de movimientos nacionales e internacionales en favor de la soberanía alimentaria y derechos campesinos. Ejemplo de ello, han sido estos últimos 8 años de resistencia y defensa del maíz nativo contra el binomio corporativo (Bayer-Monsanto) por introducir los cultivos transgénicos y de suprimir el libre intercambio de semillas.[9]

Festejos plurales en honor al maíz y la milpa en diferentes rincones del país. Coyuca de Benítez, Guerrero. Foto de Marcos Cortez.
Festejos plurales por la defensa del maíz y la milpa en Coyuca de Benítez, Guerrero. Foto de Marcos Cortez

El reconocimiento de los saberes tradicionales para la alimentación ha sido menospreciado por el complejo agroindustrial y desplazado paulatinamente por otros alimentos ultraprocesados. Dicha situación afecta a la cultura alimentaria, tejidos sociales y perturba los sabores locales de tradición mesoamericana. Pues el sistema agroalimentario vigente, contradice la riqueza ancestral, e incluso, los diferentes  mundos de vidas originarios, que han persistido por siglos con sus prácticas autóctonas, y solo responde a intereses comerciales de las corporaciones transnacionales, que satisfacen las necesidades filantrópicas gubernamentales con transferencia de tecnología, mediante una trillada “modernización de la agricultura tradicional”. Éste no contribuye frente a los retos de preservación de la biodiversidad, memoria, saberes, cultura y alimentación. En consecuencia, restringe la producción local de alimentos y beneficia la importación de productos provenientes de procesos agroindustriales, los cuales, además viajan entre 1000 y 5 000 kilómetros, perpetuando un modelo injusto e insostenible.

Actualmente, el desafío [para Sader] de garantizar la alimentación a una población que crece rápidamente se estima alcanzará los 138.1 millones de habitantes en 2030 lo que requerirá producir 14 por ciento más alimentos, esto obliga a reorientar la política agroalimentaria en donde los principales cambios esperados se sintetizan en la visión y el compromiso de construir un nuevo sistema agroalimentario: productivo, justo, saludable, incluyente y sustentable.[10] Aunque para el gobierno, sea un virtuoso horizonte reorientar el sistema agroalimentario, es conocido que México no es autosuficiente en maíz, compra cada año al vecino del norte un 99 por ciento del grano para satisfacer su demanda (en su mayoría amarillo). En 2020 adquirió 18 millones de toneladas y en 2021 se incrementarán las importaciones, no solo de maíz, sino de variados alimentos debido a la pandemia sanitaria. Con este escenario, las Secretarías de Estado deben articular sinergias y reciclar estrategias de manera interinstitucional, con el objetivo de lograr una verdadera cooperación entre ellas, para no caer en el síndrome de competencias en un camino áspero de transiciones agroecológicas y alimentarias.

En estos momentos necesitamos trabajar en conjunto sociedad civil, organizaciones sociales y gobiernos, en vísperas de transformaciones de fondo. Las crisis han expuesto la vulnerabilidad del actual sistema agroalimentario y los efectos sobre la agricultura campesina familiar. También nos revela cuánto está ligada la salud humana y no humana, a la alimentación, a la producción y al equilibrio ambiental. Por lo tanto, se necesita con urgencia transitar hacia un sistema agroalimentario alternativo “agroecológico”, que éste sea adaptado a los contextos locales y regionales. Hoy la crisis pandémica nos está mostrando que es tiempo de proponer y exigir políticas públicas acordes con la etapa post COVID-19. Es urgente, entonces, invertir en agroecología y mantener vivos los mercados locales y tianguis campesinos con las medidas sanitarias pertinentes, y con ello, que se mantengan vivos los intercambios solidarios de alimentos, trueques y ventas de productos de origen vegetal (Cortez,2020c).   

Tianguis Foro Alternativo de la Ciudad de México. Foto de Martha López.
Venta directa de productos agroecológicos en el Tianguis Foro Alternativo de la Ciudad de México. Foto de Martha López

En resumen, los maíces nativos, el sistema milpa y las estrategias agroecológicas son clave para que México logre la autosuficiencia alimentaria. Pues tienen el potencial de contribuir significativamente a que toda la población mexicana tenga acceso a una alimentación sana, nutritiva y suficiente. Es por ello, que el desafío de las políticas agroalimentarias[11] debe consistir en crear y fortalecer los sistemas agroalimentarios locales y regionales, por un lado, activen y generan alimentos saludables y por el otro, dinamicen una economía propia a través de Circuitos Cortos de Comercialización. Así como también, resuelvan y actúen acorde a las verdaderas necesidades de las comunidades campesinas e indígenas de México, respeten los derechos humanos, sean socialmente justos, culturalmente aceptables e incluyentes, económicamente viables, sostenibles ambientalmente, ecológicamente racionales; resistan a la captura corporativa, sin especulación alimentaria o lucro de comida, y opte colectivamente por una agricultura apropiada para la vida, salud de las personas y del planeta.

 

Marcos Cortez Bacilio

marcosbacilio@gmail.com

 

Referencia bibliográfica

 


[3] Los sistemas tradicionales campesinos constituyen un sistema económico, con un funcionamiento y racionalidad propia, que opera con una lógica campesina, cuyo propósito no es la búsqueda de ganancia sino el mantenimiento de un equilibrio entre producción y consumo para la subsistencia de la unidad familiar, como lo detalla Chayanov en su tesis a principios del siglo XX. El término de agricultura tradicional se deriva de la forma en que se difunden los conocimientos, y se distingue por lo reducido de la cantidad y la calidad de la energía usada en el agroecosistema; predomina en las tierras agrícolas del mundo con climas favorables o marginales para la producción (Wilken,1987, citado por Hernández, X.,1988).

[4] El clima seco y cálido es favorable para el crecimiento del hongo y la diseminación de las esporas acarreadas por el viento. No obstante, las esporas requieren de la humedad libre que se encuentra en los estigmas, en las hojas y en otras partes de la planta de maíz para germinar y crecer, dando pie a la infección.

[6] México alcanzo en 2020 una importación récord de maíz, calculada en 18 millones de toneladas, debido a que la sequía redujo el área de siembra. En 2021 ésta se disparó 55 por ciento en el primer trimestre respecto al mismo de 2020, al pasar de 179 millones de toneladas a 278 millones.

[7] La Revolución Verde actualmente profundiza la división entre agricultores ricos y campesinos pobres. En la década de 1960 al inicio de la primera Revolución Verde, las Fundaciones Rockefeller y Ford promovieron la agricultura industrial en el Sur a través de “paquetes tecnológicos” que incluían semillas híbridas, fertilizantes, pesticidas y sistemas de riego. El alto costo de estos insumos profundizó la diferencia entre los latifundistas y los campesinos, porque los campesinos no podían pagar la tecnología. Tanto en México como en India, los estudios revelan que los caros “paquetes tecnológicos” de la Revolución Verde favorecieron exclusivamente a la minoría de terratenientes ricos, colocó a los campesinos en una situación desfavorable y estimuló la concentración de la tierra y de los recursos.

[8] La agroecología es «la ciencia, el movimiento y la práctica» ​ de la aplicación de los procesos ecológicos en los sistemas de producción agrícola, pecuaria y forestal, así como en los sistemas alimentarios. Véase: https://es.wikipedia.org/wiki/Agroecolog%C3%ADa  

[9] En 2020 hubo varios logros: se implementó el etiquetado a los alimentos industrializados, el 31 de diciembre del mismo año se publicó El Decreto Presidencial asado para sustituir el glifosato y prohibir el maíz transgénico. Se emitió la aprobación del proyecto de decreto por el que se expide la Ley Federal para el Fomento y Protección del Maíz Nativo y la disputa por la medida precautoria para la suspensión definitiva de la siembra de maíz transgénico.

Foto de portada: Silva Eugenia Rodríguez Lozano de la chinampaneca de Tláhuac, Ciudad de México.