Un dialogo poetico con el libro "Estos no eran los naufragios", del escritor Ari .J Gonzáles

Hace unos días, volví a leer el libro de uno de los mejores maestros que he tenido, que, a su vez, también es un muy buen amigo. Tenía pensado realizar una reseña de su libro que, para mi punto de vista, es exquisito en cada letra que esta plasmada; pero cuando estaba a punto de escribirla. El maestro Ari, me inspiro a tener un dialogo con el poemario y escribir un poema de esa charla que tuve con el libro.

 

 

Hace unos días,

acostado en el filo de mis sueños,

perdido en las montañas de mi cama.

Escuche un ruido que salía

afuera de las ventanas del alma.

 

Cuando abrí los ojos

para buscar de dónde venía,

descubrí sorprendido

que me encontraba en un bote,

perdido en quien sabe dónde;

en qué puerto o bahía.

 

A pesar de que estaba

acostado en el día,

todo a mi alrededor era de noche.

Las estrellas brillaban

al mismo ritmo que el mar

movía su oleaje.

 

Y cuando mire enfrente de mí,

descubrí quien había hecho

aquel ruido penetrante.

Era el mismo diablo viéndome

frente a frente,

estaba sentado muy cómodo en el bote,

con los brazos extendidos, disfrutando el sol

y el ruido era su boca.

Se estaba riendo con su risa

que parecía una concha en la oreja,

era bella y tratabas de imaginar

que era lo que se escuchaba.

 

Una vez terminando de reírse,

se puso serio, me miró a los ojos

y de su mano extendió una flor.

- Esta es una paradoja.

Me dijo confiado.

- No, es una flor.

Le quise corregir.

 

Volvió a reír…

- ¿Cómo sabes que es una flor?

Me preguntó.

- Tiene pétalos rosas.

- ¿Y qué más?

Me preguntó serio y me quedé mudo.

Pensaba que era una flor, hasta que me corrigió…

 

- Estos no eran los naufragios.

Me lo cantó al oído.

- Presta atención,

te voy a contar todo lo que no pasó;

pero sí existió.

 

Fue hermoso todo lo que me recito,

me hizo remar mientras él recitaba.

 

Me llevo al sol, donde su luz

derretía como cera mi espalda

y el cielo me partía en pedazos,

para ser comida de peces;

y finalmente…

el mar me volvía a escupir al barco,

para volver a repetir la historia.

 

Me contó que el mar era una persona

con vida hasta que lo mataron

por intentar llegar a la luz,

y Dios se conmovió tanto que decidió

convertirlo en agua e igualar la belleza del cielo.

 

Me explico que las olas son lenguas

excitadas lamiéndole las nalgas a la tierra.

 

Y así me siguió contando

todas las historias habidas

y por haber.

Hasta que me canse de remar

y llegamos a una isla,

el diablo me bajo del barco,

me dijo que lo esperara.

 

No supe nada de él hasta que…

 

Hace unos días,

acostado en el filo de mis sueños,

perdido en las montañas de mi cama.

Escuche un ruido que salía

afuera de las ventanas del alma.

 

- Emilio Garay Arias.